sábado, 28 de enero de 2012

Turner y Constable


Era ya fría la tarde londinense cuando Constable llegó al hospicio para dormir. No era una gran comedor, menos un gran bebedor, pero aquellos días había comido y bebido más de lo habitual debido a la tensión del momento. Iba a presentar un cuadro dentro de una gran exposición colectiva, un gran paisaje, el cual iba a estar a la derecha de un pequeño Turner. Sabia que solo Turner, además de él, era capaz de imprimir un toque nostálgico a sus cuadros, muy a la inglesa.
            Constable envidiaba a Turner. Este había conseguido en escasos años el éxito que él no había logrado alcanzar. A pesar de su mal humor se decía, con una ingenuidad falsa, que aquello era envidia sana. Pero la envidia nunca es saludable. Sin embargo un suceso particular había mitigado estos celos. El día anterior se encontraba ultimando el paisaje, un gran cuadro de cuatro por dos y medio que representaba un frondoso bosque con un viejo castillo carcomido por el tiempo, cuando entro Turner en la sala. Lo primero que le sorprendió era ver lo bajito que era. Pero claro, al rato recordó que todo el mundo era bajo para él, ya que media más de uno noventa. Turner saludó, Constable emitió un gruñido. Y eso fue toda la comunicación que tuvieron para todos los siglos posteriores y amén.
Pero las cosas no acabaron ahí. Turner se quedo paralizado al ver el gran cuadro de su rival, pero disimuló fijando su mirada en su propio cuadro, una pequeña marina. Constable por su parte también disimuló haciendo que se concentraba en los últimos retoques. Turner siguió paralizado unos cuantos minutos, hasta que saco la paleta y puso una pequeña manchita roja en mitad de su cuadro, la cual representaba una bolla. No quería ser menos. Ya en el hospicio Constable meditaba sobre esto y se dio cuenta de que había tenido con él una comunicación más profunda de la que había tenido con nadie. No se trataba solo de una competición, sino de un acto moral que conllevaba consigo un intercambio estético. Turner era en si un misterio, al igual que sus cuadros, un misterio que escapaba a las pinceladas de Constable.
No le quiero dar más vueltas, pensó. Así que se acostó y soñó con un gran pájaro que sobrevolaba la campiña inglesa, la ciudad y parte del océano. Intuyó que ese pájaro de mirada deificada unía ambos cuadros, ambos mundos. Al fin se quedó profundamente dormido.

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