Era ya fría la tarde londinense cuando Constable llegó al
hospicio para dormir. No era una gran comedor, menos un gran bebedor, pero
aquellos días había comido y bebido más de lo habitual debido a la tensión del
momento. Iba a presentar un cuadro dentro de una gran exposición colectiva, un
gran paisaje, el cual iba a estar a la derecha de un pequeño Turner. Sabia que solo Turner, además de él, era capaz de imprimir un toque nostálgico a sus cuadros, muy a la inglesa.
Constable envidiaba a Turner. Este había
conseguido en escasos años el éxito que él no había logrado alcanzar. A pesar
de su mal humor se decía, con una ingenuidad falsa, que aquello era envidia
sana. Pero la envidia nunca es saludable. Sin embargo un suceso particular había
mitigado estos celos. El día anterior se encontraba ultimando el paisaje, un
gran cuadro de cuatro por dos y medio que representaba un frondoso bosque con
un viejo castillo carcomido por el tiempo, cuando entro Turner en la sala. Lo
primero que le sorprendió era ver lo bajito que era. Pero claro, al rato
recordó que todo el mundo era bajo para él, ya que media más de uno noventa.
Turner saludó, Constable emitió un gruñido. Y eso fue toda la comunicación que
tuvieron para todos los siglos posteriores y amén.
Pero las cosas no acabaron ahí. Turner se quedo paralizado al
ver el gran cuadro de su rival, pero disimuló fijando su mirada en su propio
cuadro, una pequeña marina. Constable por su parte también disimuló haciendo
que se concentraba en los últimos retoques. Turner siguió paralizado unos
cuantos minutos, hasta que saco la paleta y puso una pequeña manchita roja en
mitad de su cuadro, la cual representaba una bolla. No quería ser menos. Ya en
el hospicio Constable meditaba sobre esto y se dio cuenta de que había tenido
con él una comunicación más profunda de la que había tenido con nadie. No se
trataba solo de una competición, sino de un acto moral que conllevaba consigo
un intercambio estético. Turner era en si un misterio, al igual que sus cuadros, un misterio que escapaba a las pinceladas de Constable.
No le quiero dar más vueltas, pensó. Así que se acostó y soñó
con un gran pájaro que sobrevolaba la campiña inglesa, la ciudad y parte del océano. Intuyó que ese pájaro de mirada deificada unía ambos cuadros, ambos mundos. Al fin se quedó profundamente dormido.
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