miércoles, 10 de diciembre de 2008

El Deporte como Horizonte

Resulta curioso que "Carros de Fuego" abogue por el atletismo en una época (1924) en que estaban más de moda deportes violentos como el rugby o el boxeo, herederos de la exaltada época victoriana e imperialista. Este hecho confiere al film de una mayor fraternidad, acorde con el espíritu cristiano del corredor Eric Liddell. Sin embargo la trama se vuelve más interesante cuando muestra la biografía de Harold Abrahams, de ascendencia judía, todo un gentleman que corre por la fama y el reconocimiento social. Es el comienzo de los ídolos deportivos modernos que tiene sus raíces en Reino Unido, donde se fundo la primera federación de atletismo allá por 1880.
     La cuestión no es si la película está o no basada en hechos reales y si se amolda a ellos. No debemos perder de vista una de las grandes lecciones que nos da Hitchcock: la verosimilitud no es interesante ni fundamental. Puede que se me achaque que Hitchcock no hacía cine basado en hechos reales pero ¿son acaso creíbles "Murieron con las botas puestas"(1941), sobre la biografía del general Custer o sin ir más lejos "Lawrence de Arabia"(1962) de Lean? Para muestra un botón: ya al principio del film Abrahams se nos muestra como un personaje arrogante (y un poco clasista todo sea dicho); todos sabemos que esas arrogancias chocan de frente con las novatadas de las residencias universitarias, encargadas de bajarle los humos al más ponderado, novatadas por otro lado invisibles en el film. La lección por tanto es magistral. El cine reinterpreta y embellece la historia.
    "Carros de Fuego" no es sino un homenaje al deporte, independientemente del país y las creencias de quienes lo practiquen. Por fin los deportistas, en esa época postcolonial, tienen reconocimiento social, por fin pueden vivir del deporte. La competitividad no tiene porque ser necesariamente mala, ya que a fin de cuentas la competitividad y la ambición mueven el mundo. Mas que triunfalismo superación. Escapismo no, ilusión. Como olvidar esos ralentis, ese plano emblemático de la meta al final de la carrera. Estamos por tanto ante un film epopéyico en el más puro sentido de la palabra. Los corredores en cada paso, en cada zancada (remarcadas por el ralentí y la música de Vangelis) persiguen la gloria, en un tiempo en que se ganaba solo con desearlo profundamente. Y es que ya desde el principio nos damos cuenta de que uno de los puntos fuertes de esta película es su montaje.
    Por lo general los films ambientados en Cambridge no me gustan porque resaltan el compañerismo y. a fin de cuentas, vivimos en una época individualista. La obsesión por ganar deriva en individualismo; al menos eso es lo que creen los decanos de la universidad, que ven en el profesionalismo una perversión. Pero Abrahams está convencido de lo contrario. Es por lo tanto el deporte, ¿un hecho individual o colectivo? La película parece abogar casi sin quererlo por el futuro profesionalismo del atletismo.  Tal vez la critica psicológica y social sea la mejor manera de abordar aquella época, como hacia Forster. Esta edulcorada película se encuentra por tanto en las antípodas del free cinema.

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