domingo, 8 de octubre de 2017

"Mr. Turner" de Mike Leigh

Turner es un personaje romántico y como tal dado a excesos. No concibe otra pintura que no sea el paisaje, que tiene su origen como modelo y fuente de inspiración, un paisaje agreste, tanto como sus escupitajos. Es el pintor más famoso de su época, único en su estilo, y tiene de contrapunto a Benjamin Haydon, artista conflictivo y fracasado. Pero ¿porqué hacer una película sobre Turner en plena era de la imagen tecnológica? La respuesta está en la genial fotografía, que seria una versión moderna (digital) de la pintura del pintor ingles, y la justificaría. Pero Turner es incluso mucho más, es un humanista de la imagen, del paisaje; para él el arte es algo que no se puede definir con palabras, es algo sobredimensionado, sublime. El arte por encima de su autor. No podemos pedir identificarnos con él sino es por su oficio, fuera del cual no deja de ser un personaje contradictorio, que produce rechazo dada su oscura vida sexual. Pero tiene una cualidad que no le hace pedante: no quiere hablar demasiado de su propia pintura, quizá porque no le interese o porque deje hablar a los cuadros por si mismos. Toda la gente que los ve, tanto en la galería de su casa como en la academia, esta encantada y los elogia: son el reflejo de una sociedad burguesa que quiere ser distinguida, que reconoce la figura del artista, solo que Turner no encaja demasiado con esta idea en su vida privada.
    Estamos pues ante un biopic aproximado de la vida del pintor. Digo aproximado porque no hay duda de que ciertos datos son figurados o inventados, como la fealdad de Turner, nada que ver con su autorretrato de juventud. Los personajes son en cierta medida caricaturizados, especialmente los pintores y críticos, como si Leigh se quisiera burlar de la pretenciosidad del mundo del arte. Pero no solo los personajes sino que el mismo ritmo del film es caricaturizado. Hay en esto mucho de festivo, como olvidar sino la entrada de Turner en la sala de exposición donde están todos los artistas retocando sus cuadros. Incluso la pelea de Haydon con el resto de los pintores resulta irrisoria. Leigh por reírse hasta se ríe del suicidio, en este caso representado por el propio Haydon que se ajustaría a la figura del artista mediocre e inadaptado. Una época optimista para Inglaterra, de transición, metida ya de lleno en la Revolución Industrial, dejada ya atrás la convulsa guerra contra Napoleón.
    El director juega un poco a ser una especie de Flaubert cinematográfico, nos bombardea con datos placenteros: el paisaje, el mar, la arquitectura, la escultura, la vestimenta, la gastronomía, etc. Todo nos lleva al éxtasis. ¿Y cual es el absoluto? Es Dios personificado en el sol, en la luz, autentica constante en un película que carece de clímax, de grandes crescendos, de carácter más episódico que lineal. Y es que la luz es la otra gran protagonista. Pero ahora vivimos en otra época, donde la consola de videojuegos y las tablets han sustituido al coleccionismo pictórico. John Ruskin dice que Claude Lorrain ha pasado de moda pero quien no ha envejecido es el propio Turner. Y es que el pintor ingles representa lo mejor del arte de Inglaterra de todos los tiempos, un artista que solo se estremece de igual a igual ante la música de Purcell, a pesar de que a la reina Victoria no le gusten sus cuadros. Un artista interesado en el progreso (a pesar de ser romántico), de ahí su repugna por la pintura prerrafaelita. De lo bello a lo sublime, de la contemplación de la contemplación, y de ahí al misterio, ya que la mayor obsesión de Turner es ir a la caza de la imagen trascendente.

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